Son las 4 de la tarde y en la peluquería Rihanna, obviamente, se escucha salsa. “También ponemos bachata, merengue y reggaetón, todos ritmos bien dominicanos”, cuenta Apolinar de Jesús, un curtido barbero con más de veinticinco años en el rubro mas pocos meses en la ciudad de Buenos Aires. La música ardiente enciende la inspiración del peluquero, dice, y asimismo relaja al cliente. “Así no sale corriendo si no le agrada el peinado”, bromea el hombre nacido y criado en Santurrón Domingo, la capital del país con más peluqueros por metro cuadrado de la región. “Hay distritos enteros, como el Simón Bolívar y Las Cañas, donde hay 6 o bien siete salones por cuadra”, describe a esa ciudad afinada por los profesionales del corte.
«Se está usando mucho el degradé, bien rapado abajo y cortito arriba en el penacho», detalla Yeury Vladimir Batista.
“Es bien sencillo el tema, tienen la carne y el futbol, y nosotros, los salones de belleza”, equipara Apolinar, consultado sobre la insigne fama de los barberos antillanos. “El oficio es hereditario: aprendí a los 15 con mi abuelo Francisco, que tuvo cinco hijos, y tres son peluqueros. Toda una familia dedicada al barbershop”, dice y barre con esfuerzo los montoncitos de pelo esparcidos por el piso. Recuerda que a fines de los ’80 comenzó a prestar atención a los cortes que lucían sus compañeros de colegio, los primeros valientes que pusieron sus cabezas al servicio del joven estilista. En su casa empezó a experimentar el filo de la navaja. En el ’92 logró su primer trabajo y para el ’96 comandaba su salón. Con los años se transformó en un profesor del estilismo. Meses atrás, su primo Juan –que hace siete años abrió el Rihanna en Balvanera– le planteó mudarse a Buenos Aires. Quería abrir la primera academia de peluqueria dominicana de la ciudad y creyó que Apolinar sería el hombre ideal para comandar el cuerpo enseñante. No se confundió. El salón-escuela el día de hoy cuenta con 30 aprendices. Todos cada domingo se pasan largas horas dándole duro y parejo a las tijeras. El curso completo cuesta tres mil seiscientos pesos. “Lo que gane, lo quiero ahorrar –confiesa Apolinar– para pagarles un buen estudio a mis hijos, que están en Dominicana. El día de hoy una joven me preguntó por qué había venido, y le dije que soy de los que creen que a veces hay que migrar para conseguir lo que uno desea. Por eso el sacrificio”.
Pedrito Abreu, otro miembro del staff, sacrifica doce horas al día en el salón. Mientras esculpe con parsimonia una patilla, el fornido hombre originario de Montecristi, en el norte de la isla, explica que su tarea se semeja a la del psicólogo. Es importante estar atento a la personalidad del usuario, y sobre todo escucharlo: “Así uno se asesora: qué quiere, de qué manera le gusta, si bien peladito o no tanto. Y ahí no más, a trabajar”. Su colega Carlos Torres se jacta de no haber recibido nunca una protesta. “Es que estamos a otro nivel”, se ufana, pero reconoce su talón de Aquiles: no tiene paciencia a la hora de atender al público femenino. “El hombre es más ligero, más suave, y uno sabe lo que se le puede ofrecer. La mujer es distinta: más conservadora, pero estética. Y muy frecuentemente complicada”, afirma Carlos, mientras que mira embelesado un video de Farruko, un reggaetonero puertorriqueño, en el plasma que cuelga en una pared. “Ojo lo que dicen de las mujeres”, los riñe a la distancia Yajaira de Jesús, la encargada de la caja y experta masajeadora pilífero. En el salón dicen que sus dedos hacen magia, por solo treinta pesos la faena. “Es un trabajo muy paciente, el relax final, luego del corte”, apostilla la morena con aires de Buda y melena eléctrica, y después invita una porción de la bandera, el plato emblema dominicano que combina en partes dispares arroz, habichuelas y carne. “Ya lo ve, esto es una enorme familia –cierra Yajaira–, y eso ayuda a no extrañar tanto. Vienen los paisanos, charlean. Falta un poco el calor, pero ya llegó la primavera. Hay más trabajo”.
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Al versista Washington Cucurto le gusta decir que América Latina comienza en Once y en Constitución. En las últimas décadas, los trabajadores que llegaron desde los países más castigados del continente asistieron a trazar otra cartografía porteña, menos europea, más morena y multicultural. Restaurants peruanos, locales de ropa atendidos por sapientes cholas bolivianas y puestos itinerantes de chiperas paraguayas pueblan el nuevo mapa de la urbe de la furia. Según los datos del último censo, en Capital Federal hay trescientos ochenta y mil setecientos setenta y ocho extranjeros, lo que representa el 13 por cien de la población. Los migrantes de países limítrofes son mayoría. Sin embargo, los llegados desde el resto de América, donde se resalta la colectividad dominicana, alcanzan prácticamente el 8 por ciento del total.
Yeury Vladimir Batista, empleado del local Mi Tierra, en USA al 1300, calcula que entre Independencia y Garay hay más de 30 peluquerías atendidas por sus paisanos. Tiene 23 años, una nena de 2 y hace seis que llegó desde Azua, la “Atenas dominicana”, al sur de la isla. Una de las primeras ciudades fundadas por los europeos en el Nuevo Planeta. Ahora también vive en el sur, en Lanús. Todos los días surca la ciudad en el treinta y uno para llegar al trabajo.
“Se está usando mucho el degradé, tipo militar americano, que es un corte que viene de la Segunda Guerra Mundial. Bien rasurado abajo, y cortito arriba en el penacho. Asimismo se puede hacer un buen desmechado con tijera”, afirma Yeury, se quita la gorra que tiene tatuado en letras doradas Beverly Hills y luce su refulgente peinado a la moda. Sueña con hacerle un corte singular a Cristiano Ronaldo, y se prepara para el enorme día tallando las cabezas de 2 jugadores locales: uno de la reserva de Independiente y otro de Argentinos Juniors. Extraña a su mamá, la playa y sus amigos. Asimismo comerse un buen sancocho frente al río. Para trabajar esta tarde en Constitución escoge “He vuelto”, un tema del salsero Willie González. Yeury suspira, cierra los ojos, regresa por un momento a su isla y recita: “He vuelto / después de tanto tiempo, / tras tantos sueños / gigantes, pequeños, sobre el amor”.
Tarde en el Abasto
El aire muy caliente de los secadores de pelo comienza a calentar la primavera en el salón Corte Latino, sobre la calle Gallo, pleno Abasto. En la puerta se abrazan una bandera dominicana y otra argentina, como símbolo de fraternidad. La variada platea de clientes espera su turno en un sillón. En los parlantes suena la voz del empalagoso Romeo Santurrones. “Acá vienen argentinos, peruanos, colombianos, de todos lados”, resalta Edwin Álvarez, un muy, muy joven estilista de trenzas y sonrisa lumínica. De día, rinde examen en el salón de la peluquería; a la noche, en el Comercial Nº veinticinco, donde está terminando la secundaria. “Yo creo que el argentino es matraquilloso y detallista con el corte”, agrega Juan Mendoza, el cubano que devuelve con elegancia las estocadas socarronas de sus compañeros. Resalta que en La Habana hay buenísimos peluqueros. Desde sus rincones, los dominicanos Luis y Wander le chillan que no engañe más “porque le va a crecer la nariz”.
Wander es el artista de la pandilla. Un Dalí caribeño que usa la navaja como un pincel. Hace diseños exclusivos y tinturas. Sus obras cuestan unos doscientos pesos. Afirma que cuando comenzó esta moda, se empleaba el corte taza, los clientes dejaban hacer y se iban contentos. Ahora son más exigentes. Antes de seguir con el tallado de un tribal sobre la nuca de un cliente, Wander se mira fijo en el espejo y lanza una recomendación para todos los caballeros que aguardan su turno: “Nunca en la vida se dejen recortar el pelo por sus novias. Cortan, dicen que estás bonito, pero en realidad te hacen cualquier cosa, para que no te miren otras en la calle. Te dejan más feo que el diablo”. «
En el Caribe Sur
En Constitución viven 2500 de los quince mil dominicanos que, según el consulado, hay en el país. Los números de las asociaciones de dominicanos son otros. Explican que deben ser más de cuarenta mil. Muchos se ganan la vida en comercios y casas de comida y en el trabajo familiar. También muchas migrantes del Caribe ejercitan la prostitución. Pero la profesión en la que son más populares los dominicanos es la peluquería.